LECHE DE INANA (1999) |
Tienes gemelas: prosa y verso, mientras tú vuelas de un tiempo a otro, completamente a salvo sobre el palanquín de los astros de tus caídos -tus centinelas buenos, que sueñan con tus siete sueños cáfila a cáfila. Los guardianes de tus monturas, entre la palmera de tus manos y tus dos ríos, se acercan al agua: "La primera diosa es la que más nos colma". Un creador amante contempla sus obras, por ellas enloquece, a ellas añora: ¿volveré a hacer lo que hice antaño? Los escritores de tu relámpago se queman con la tinta del cielo, y sus nietos publican las golondrinas sobre el astro de la sumeria... Estalagmita fuera la sumeria, o estalactita. Por ti, que estás tendida en el zaguán con la camisa estampada y el pantalón gris -y no hay aquí metáfora alguna- por ti levanto mi campamento, y me digo: surgirá de mi tiniebla una luna... El guardián del agua desciende desde el horizonte sumerio hasta nosotros, como en las leyendas. Cuando mi corazón brille como este cristal que nos envuelve, llénalo con tu nube para que, nube soñadora, vuelva a los suyos como la oración del pobre. Y si está herido no lo asaetees con el cuerno de la gacela, pues ya no quedan junto al Eúfrates flores del campo con que aligerar mi sangre en la hora de las jaquecas, la que sigue a las batallas. Tampoco queda en mi templo una jarra para el vino de las diosas de la eterna Sumeria, la Sumeria que no es. Por ti, indolente en el zaguán, las manos de seda, el talle de avispa -y no hay aquí símbolo alguno- levanto mi campamento, y digo: apartaré a esta gacela de su rebaño y me asaetearé... con ella. No quiero hacer del canto tu cama; que el toro, el toro alado del Iraq envista al destino y al cuerpo hendido por la plata de la alborada. Que en el coro de los antiguos cantores ponga la muerte sus útiles metálicos contra el sol de Nabucodonosor. Y yo, que provengo de un tiempo que no es éste, me veo abocado a tener un caballo digno de este cortejo nupcial. Si he de tener una luna, que sea alta... alta y fabricada en Bagdad, ni árabe ni persa, para que no la reivindiquen las diosas que nos rodean. Que se halle libre de recuerdos y del vino de los reyes antiguos, para que culminemos estas nupcias sagradas, que las culminemos, oh hija de la luna eterna, aquí, en el lugar que hospedó tus manos, en el confín de la tierra, desde la ventana del paraíso oculto... A ti, que lees el periódico en el zaguán, que tienes gripe, a ti te digo: tómate un vaso de ponche caliente y una aspirina para que la leche de Inana repose en ti, pues ya sabemos cómo es este tiempo para cuantos decimos no. (Traducción de Luz Gómez García) (Publicado en Nación Árabe, nº 39, otoño 1999) |