UNA RIMA POR LAS MU`ALLAQAS (1995) |
Nadie me ha guiado hasta ser el que soy. Yo soy la vía, la vía que a mí conduce entre el mar y el desierto. De mi lengua he nacido, en la ruta de la India, entre dos ínfimas tribus subyugadas por la luna de las viejas creencias y la paz imposible, compelidas a vérselas con la astronomía del vecino persa y las obsesiones de Bizancio, a fin de resistir a un tiempo tan duro para la jaima del árabe. ¿Quién soy? Es la pregunta que se me hace, y no tiene respuesta. Soy mi lengua, soy una... dos, diez mu`allaqas... Ésa es mi lengua, no soy sino mi lengua. Soy lo que dijeron las palabras: sé nuestro cuerpo. Y encarné su voz. Soy lo que les dije a las palabras: comulgad en mi cuerpo con la eternidad del desierto. ¡Que vosotras seáis para que yo sea tal y como proclamo! No hay tierra sobre la Tierra que cargue conmigo sino mi palabra, pájaro de mi sangre que pone el nido de su vuelo entre mis restos, entre las ruinas del mundo mágico que me rodea, en un viento que yo he detenido. Precisa me ha sido una larga noche. ... Ésta es mi lengua, un collar de estrellas en el cuello de aquellos a quienes amo -aquellos que emigraron, cogieron el espacio y emigraron, cogieron el tiempo y emigraron, cogieron el olor del barro y del ralo forraje y emigraron, cogieron las palabras y partió con ellos el corazón asesinado. El eco, ese blanco espejismo sonoro, ¿contendrá un nombre cuya afonía exprese lo desconocido? Este eco ¿hallará en el viaje su expresión subliminal? El cielo dispone sobre mí una ventana para que me asome: no veo a nadie salvo a mí mismo... Del otro lado se hallaba mi alma como si estuviera conmigo, pero mi vista no rebasaba el desierto: de viento y de arena son mis pasos, mi mundo es mi cuerpo y lo que tienen mis manos. Soy el viajero y la senda. Los dioses me han visitado y se han ido: no volveremos a hablar de lo venidero. No hay otro mañana en este desierto sino el ayer conocido: blandiré mi mu`allaqa para quebrar el tiempo circular y que nazcan ahora los evos propicios. ¡Tanto pasado deviene mañana! Dejé mi alma a su albedrío, repleta de su presente, y el viaje me ha ido despojando de templos. El cielo tiene sus pueblos y sus guerras, yo apenas por esposa a la gacela, y a las palmeras, mu`allaqas en el libro de arena. Pertenece al pasado cuanto veo: el hombre posee el reino del polvo y su corona. Que mi lengua impere sobre los evos adversos, y mi progenie y yo mismo y mi padre, y un límite sin fin. Ésta es mi lengua y mi prodigio. Mi varita mágica. Mis jardines de Babilonia y mi obelisco, mi identidad primera, mi metal bruñido y el sagrario en el desierto del árabe, que adora la cadencia de unos versos que resbalan como estrellas por su túnica, y reverencia cuanto dice. Pero éste es un tiempo de prosa, un tiempo de prosa divina para que venza el Profeta... (Tomado de Mahmud Darwix, El fénix mortal, Madrid, Cátedra, 2000, 110 pp., traducción, prólogo y notas de Luz Gómez García; agradecemos a la editorial Cátedra su autorización para la reproducción de este poema.) |